martes, 28 de octubre de 2014

WAITING IN VAIN

Me encanta parar en un semáforo y ver a la gente apresurada cruzar hacia sus mundos. Me encantan las madres que llevan las mochilas de sus peques y los cogen de la mano mientras charlan. Niños bien peinados que dan pequeños saltitos para avanzar por el paso de cebra. Inocentes charlas entre los hermanos. Mamas que empujan cochecitos y llevan ese look de superación mañanera que solo una superwoman que ha vestido a tres bichitos y luego se ha dado el retoque que ella sabe mantener, estilosa, arreglada pero informal. Padres estupendos haciendo lo más interesante de su día, con sus niños dando vueltas alrededor. 
Y la parada del tranvía. Estudiantes con las pilas puestas, chicas y chicos que se miran de reojo, la mayoría con sus cascos, su música, su rollo. La ropa bien pensada, sus intereses vitales controlados, sus energías programadas para comerse el mundo. Porque todavía creen que hay un mundo para comerse.



Todas las personas son fascinantes. Desde el interior de mi coche, creo imaginar sus historias, sus vidas de cartón pluma, espero que sean felices, que no les pase nada horrible, que los niños salgan del cole, que los padres vuelvan del trabajo, que los estudiantes disfruten de sus clases, que los que andan perdidos encuentren un meeting point, uno para apoyar el alma y otro para encontrar sonrisas.







Me encanta cuando por la noche la tierra huele. Me encanta que la humedad me envuelva. Me encanta que existan olores que no pueda reconocer. Me encanta tener percepción, odiaría ser de plástico. Porque hay gente de plástico. Los he visto. Peopleplastic. Me encanta no ser una peoplepastic. Han progresado mal.

Me encanta encontrar gente nueva, me encanta que no se agote la gente nueva, los he encontrado, PeopleNew. No saben nada de ti, es interesantísimo, podrías ser cualquier historia diferente a la tuya. Podrías inventar mil mundos de origen, mil vidas vividas, mil relaciones inexistentes y serías otra persona. Una PeopleInvent. Una usurpación de mi propio yo, una mentira bondadosa a mi búsqueda permanente, unas ganas horribles de tensar mi hilo rojo vital.




No me encanta formar parte de un subsistema de gente completamente corrupta, no me encanta ver sus caras en los informativos, no entiendo quien se creen que son, no merecen nada. No entiendo que ha pasado desde que cruzaban los pasos de peatones de la mano de sus padres en el camino hacia el cole, no entiendo que coño les ha pasado. Que mierda de educación social han recibido, que falta de integridad moral, que malas compañías, de que asquerosa toxicidad se han alimentado. Está claro. No son ni siquiera Peopleplastic, son PeopleShit. Son una mierda.

Ahora tenemos que ser todos PeopleLOLAILO, como si nada hubiera pasado. Felices como perdices. En las cadenas de evolución algo falla. De la inocente salida de casa camino al cole hasta las cúpulas de poder, hay algunos que se mean fuera. Eso es horrible, ni ellas ni ellos, tienen buena puntería. No hay nada más decoroso que mear bien, sin salpicar, sin manchar, sin perjudicar al que viene después, sin dejar huella. Mear dentro, con talento social es fácil, lo otro lo hace cualquiera, meada corrupta, se llama, la de la PeopleShit.

Para qué nos vamos a callar. Los que fuimos al cole y seguimos cruzando siempre por los pasos de cebra con dignidad de hacer las cosas bien, para que nos vamos a callar. Derecho al pataleo lo llaman. 
PeopleIntegrity.









miércoles, 8 de octubre de 2014

EL PUTO DOBLE CHECK

Como siempre se ha dicho, somos lo que comemos. Nuestros padres comían las legumbres compradas a granel en los mercados y las viandas elaboradas en las matanzas anuales. Todo de la tierra, para estómagos sin privilegios, naranjas a bocaos, panes con harina candeal, tortas de manteca, bizcochos de almendra. Ahora comemos sushi y kebad, tenemos el cerebro de una mezcla de carnes de dudoso origen y por supuesto un culo de pescao crudo. El tiempo me dará la razón. No podemos ser pizza sin correr el riesgo de tener una estructura permanente de poca fluidez verbal.

Como yo digo ahora y soy rotunda, somos los whatsapp que nos tragamos. Antes nuestros padres salían a pasear con un amigo/a o con una pandilla y sabían que lo que tenían enfrente, era el reto de conquistar a una persona, caer bien o no. La cuestión era fácil tenías a alguien con quien charlar, ver su mirada, matizar sus respuestas, su lenguaje no verbal, tener el tiempo para reír o llorar, sin más espectros.
Ahora tenemos al lado a esa persona con lo que te gustaría poder contar las mil y una noches de Sherezade y levitar por el Monte Kenya y resulta que a parte de a él o a ella tenemos como participantes en nuestra conversación (o intento), a sus 513 contactos de whatsapp. Imposible un cara a cara sin el doble check, imposible no sentir el peso de ese mensaje de coqueteo o charla intrascendente en medio de tu charla trascendente, imposible querer cerrar las manos para saltar y no notar las caritas sonrientes o decepcionadas en filas de cuatro entrando en tu móvil porque obviamente no estás contestando.

Lo llevo mal, se nota.

Por ello tengo que ser viento. Lo deseo más que nada. 
No entiendo con tanto fenómeno natural e incluso antinatural que se produce constantemente, no entiendo con los miles de milagros que la Iglesia realiza cada día, no entiendo con los miles de investigadores que trabajan con maravillosas moléculas, las ecuaciones matemáticas que aparecen nuevas en las universidades, no entiendo como si existe el whatsapp y tantas maravillas de la ciencia y de la vida; nada, nada consigue que yo me convierta en viento. No podré resistirlo mucho más.












Volar acariciando el mar en el infinito, volar entre bosques de árboles puros y sin doble check, donde me acojan y me permitan jugar entre sus ramas, volar por campos de tierra cultivada, volar por las montañas más silenciosas y mas solemnes y entre los skyline más brillantes del planeta. Y sobre todo volar entre aquellos con los que quiero hablar sin ondas electromagnéticaticas que corten mi rollo. Soy de hipersensibilidad electromagnética. Soy de la hipersensibilidad de un viento. 







Y cuando consiga ser viento y alcanzar la paz de llegar y escapar de los lugares sin ondas habré encontrado mi propio doble check. Acabaré conversaciones, cumpliré mis promesas, terminaré con sensaciones, tendré la certeza de que he sido escuchada de que tengo una presencia sin carita, sin una caca con ojos.