jueves, 15 de diciembre de 2011

UN DIOS SALVAJE



Si Dios es, ese ente que entendemos debe estar siempre de buen rollo.
¿Que pasa cuando tiene un mal día?
¿Que ocurriría?
¿Se llenaría el mundo de enfermedades causantes de dolor y tristeza?, ¿existirían miles de casos de Sida sin tratamiento por falta de recursos?, ¿montones de cánceres en gente joven jodiéndoles la vida y su entorno?, ¿se producirían terremotos arrasadores de vidas y ciudades?, ¿ocurrían guerras étnicas, religiosas, fratricidas?, ¿existiría una atroz trata de blancas y violaciones permanentes de los derechos de la mujer, turismo sexual de niñas y explotación del trabajo infantil?.

!!!Joder¡¡¡ Pues menos mal que oficialmente y a día de hoy, no se nos ha informado de que el señor Dios tenga un mal día. Estoy encantada del alivio.
No sé si como entidad, pero dentro de cada uno de nosotros hay un pequeño “dios salvaje”.
Yo personalmente pienso que vivir en sociedad ya es una salvajada.

No existe el modelo de vida ideal, of course. Ni existen los sistemas sociales perfectos, cierto. Las relaciones sociales son complejas y confusas, evidente.
¿Que es más higiénico, aceptarlas y encajarlas, adaptándose a una especie de sodomía permanente?
¿O por otro lado, ser muy anti-bourgoise y especialmente flatulento?
Seguro que lo primero, sin duda.

Pese a mi exagerada pasión por la literatura y época victoriana; de vidas encorsetadas, cortesías extremas, moral rígida, educación exquisita, saber estar permanente, de tiempos y protocolos estrictos, damas reprimidas, caballerosidad al límite etc. No creo que hubiera encajado en ella, ni media hora.



¿Pero por qué llevo tan mal últimamente, las permanentes muestras de bajeza moral, decepciones amistosas, colapso de sentimientos, el que te despachen con desaire, la sobrecarga de opiniones no solicitadas, las falsedades y pantomimas sobreactuadas, los capullos en vinagre en general y la mala educación en particular?
Seguramente se deba a una puesta en valor de mis propios sentimientos frente a la devaluación social.
Me aferro en plan histérico a una frase del tremendamente genial Fernando Savater, “Nada puede reclamarse cuerdamente a la vida”

¿Es absolutamente necesario que la vida sea tan hiperrealista?

Creo que soy demasiado exigente. ¿Pero con quién?

Claro, no son lo mismo unos boquerones en vinagre que un bacalao a la vizcaína. No.
Tampoco es lo mismo unas palomitas de maíz que unos buñuelos de manzana. No.
Ni tampoco es lo mismo la mortadela que un jabugo cinco jotas. No
Y así interminablemente.
Por ello no se le puede exigir lo mismo a todo el mundo. Cada uno tiene su capacidad psicomotora y su opendemind que la vida le ha dado. O que se ha buscado.

Parezco una vieja cascarrabias, quizá lo segundo, para nada lo primero.


En 2007, una soberbia Yasmina Reza, escritora, actriz y dramaturga francesa, escribe un libro con un argumento a camino entre: la idiotez colectiva, la trastienda humana, los instintos personales, las ganas de gritar y la corrección social.
Y las pústulas de las parejas que bajo la piel emergen en medio de los acontecimientos más banales. No lo he leído, prometo hacerlo antes de cumplir los 36. Pero para goce y alegría de mi cuerpo, he visto la estupenda adaptación de Polanski para el cine.
Una hora y media de psicoanálisis y terapia grupal.
Aconsejo verla.

No puedo dejar de pensar y darle vueltas a mi cuarto y mitad de cerebro, con la necesidad de, en ciertas ocasiones y ante ciertas personas, dejarse llevar por el instinto “salvaje”, la incorrección y las jodidas ganas de decir cuatro verdades bien dichas. Y luego “aquí paz y después gloria”. Sin ser groseros pero directos, con clara dignidad verbal. Y gestual, si llega el caso.
Sinceramente debe sentar de maravilla. E incluso lo compararía con algo bastante escatológico, pero eso lo dejo para otros.

En fin, que Dios me perdone.
O, ¿lo tengo que perdonar yo a él, por tener un constante “mal día”?
Paso de perdonarlo, que para eso es Dios.