A Elisa Franco
Un día cualquiera del año 1993, un grupo de hombres se adentra en la ciudad de Mostar. En medio de una de las guerras más sangrientas y voraces de la segunda mitad del S. XX en Europa.
Su misión no es humanitaria, o así lo puede parecer. Bajo el fuego de las armas y rodeados de un doloroso drama humano, se mueven entre escombros intentando dar sentido a su cometido, intentando que el sufrimiento y la muerte de tantas personas no empañe su fin, un fin justo, pero incomprendido.
¿Que hacemos aquí realmente?, ¿Proteger y defender un puente, es más importante que ayudar a las personas?
Ese puente, no es un puente cualquiera, es un símbolo. Es el símbolo más importante de un pueblo destruido, un nexo de unión cultural, un ejemplo de tradición y convivencia. Significa muchas cosas, como para no defenderlo.
Encabeza esa misión José María Ballester, técnico europeo especializado en cultura, velador del mantenimiento y la conservación del patrimonio europeo. Luchador incansable por la recuperación de tantos elementos en peligro, que aunque siempre firme y seguro de su trabajo, muchas veces en medio de la más pura desolación, se plantea el sentido de su esfuerzo.
¿Pero vale la pena? ¿La lucha por la conservación, protección y recuperación de nuestro patrimonio, vale realmente la pena?
Su respuesta siempre, es la misma. Si, vale mucho la pena.
Primero por su instinto, su experiencia le dice: que un puente, una biblioteca, una iglesia o un castillo generan una base cultural que fomentan el equilibrio y la estabilidad en la población. Vehículos de cohesión social, más allá de lo puramente histórico y estético.
Segundo, el patrimonio de un lugar genera en sus habitantes, identidad, son valores seguros inseparables de la idea de pluralidad histórica. El patrimonio cultural material e inmaterial se ha convertido en una exigencia social, de conocimiento y de reconocimiento.
En la “Cumbre de Viena de 1993”, se toma conciencia por primera vez entre todos los jefes de gobierno europeos, que existe un patrimonio europeo como tal, surge una dinámica nueva , alejada de la tradicional formula conservacionista.
Las bases más sólidas las plasma en 1972, la Conferencia General de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, en su 17a reunión celebrada en París el 21 de noviembre.
Se establece un marco legal, políticas, normativa y actuaciones en el ámbito europeo.
Las políticas y las prácticas en materia de patrimonio cultural han sufrido un desarrollo espectacular en el curso de los últimos treinta años.
Instrumentos políticos y fuerza jurídica respaldan programas de cooperación intergubernamental, desarrollados tanto desde el marco de la Unión Europea, el Consejo de Europa y la Unesco.
La gestión del patrimonio se llama tutela, con cuatro objetivos básicos: conocer (investigar), proteger (catalogar), conservar (intervenir) y comunicar (difundir).
El pasado 11 de Mayo, la ciudad de Lorca sufrió una herida difícil de curar. Con una dramática experiencia vital y personal de sus gentes, la desaparición de nueve de sus vecinos y de sus hogares. Son daños humanos irreparables.
El patrimonio inmueble de la ciudad de Lorca se encuentra en una situación complicada y difícil. Son muchas las grietas de la ciudad, está duramente resquebrajada.
En nuestra Región no ha existido nunca una conciencia por la conservación y mantenimiento de nuestro patrimonio cultural. Solo reaccionamos y no siempre en la medida justa, cuando sentimos que lo perdemos, cuando creemos que nos lo arrebatan. Hay que educar en la importancia de conservar nuestros bienes y tradiciones, como fuente inequívoca de nuestro desarrollo y crecimiento como Región.
Los que creemos en la fuerza de la defensa de los conceptos antropológicos y humanistas del patrimonio, y mucho más en su concepción sociológica, apostamos en estos duros momentos por su indiscutible carga de valores colectivos, su forma de ofrecer aprendizaje, riqueza e identidad.
La pronta recuperación de los bienes patrimoniales dañados en Lorca, supone una apuesta firme por la particularidad local de esta ciudad. Lugares de integración que deben ser dignamente mantenidos y perpetuados, como espacios tangibles de cultura y comunicación.
La singularidad de estos inmuebles afectados y su inclusión en el modo de vida local, dan forma a la ciudad. Recuperarlos como elementos vivos y activos, de un pasado, con miras al futuro.
Yo he estado allí, lo he visto y lo he sentido.
Preservar el patrimonio de Lorca es un trabajo de todos. Es necesario facilitar el rápido acceso de la población a sus rutinas, a sus apreciados bienes y a sus cotidianas experiencias.
Su patrimonio histórico ahora dañado, es un recurso de confianza de la comunidad en si misma.
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