Como siempre se ha dicho, somos lo que comemos. Nuestros padres comían las legumbres compradas a granel en los mercados y las viandas elaboradas en las matanzas anuales. Todo de la tierra, para estómagos sin privilegios, naranjas a bocaos, panes con harina candeal, tortas de manteca, bizcochos de almendra. Ahora comemos sushi y kebad, tenemos el cerebro de una mezcla de carnes de dudoso origen y por supuesto un culo de pescao crudo. El tiempo me dará la razón. No podemos ser pizza sin correr el riesgo de tener una estructura permanente de poca fluidez verbal.
Como yo digo ahora y soy rotunda, somos los whatsapp que nos tragamos. Antes nuestros padres salían a pasear con un amigo/a o con una pandilla y sabían que lo que tenían enfrente, era el reto de conquistar a una persona, caer bien o no. La cuestión era fácil tenías a alguien con quien charlar, ver su mirada, matizar sus respuestas, su lenguaje no verbal, tener el tiempo para reír o llorar, sin más espectros.
Ahora tenemos al lado a esa persona con lo que te gustaría poder contar las mil y una noches de Sherezade y levitar por el Monte Kenya y resulta que a parte de a él o a ella tenemos como participantes en nuestra conversación (o intento), a sus 513 contactos de whatsapp. Imposible un cara a cara sin el doble check, imposible no sentir el peso de ese mensaje de coqueteo o charla intrascendente en medio de tu charla trascendente, imposible querer cerrar las manos para saltar y no notar las caritas sonrientes o decepcionadas en filas de cuatro entrando en tu móvil porque obviamente no estás contestando.
Lo llevo mal, se nota.
Por ello tengo que ser viento. Lo deseo más que nada.
No entiendo con tanto fenómeno natural e incluso antinatural que se produce constantemente, no entiendo con los miles de milagros que la Iglesia realiza cada día, no entiendo con los miles de investigadores que trabajan con maravillosas moléculas, las ecuaciones matemáticas que aparecen nuevas en las universidades, no entiendo como si existe el whatsapp y tantas maravillas de la ciencia y de la vida; nada, nada consigue que yo me convierta en viento. No podré resistirlo mucho más.
Volar acariciando el mar en el infinito, volar entre bosques de árboles puros y sin doble check, donde me acojan y me permitan jugar entre sus ramas, volar por campos de tierra cultivada, volar por las montañas más silenciosas y mas solemnes y entre los skyline más brillantes del planeta. Y sobre todo volar entre aquellos con los que quiero hablar sin ondas electromagnéticaticas que corten mi rollo. Soy de hipersensibilidad electromagnética. Soy de la hipersensibilidad de un viento.
Y cuando consiga ser viento y alcanzar la paz de llegar y escapar de los lugares sin ondas habré encontrado mi propio doble check. Acabaré conversaciones, cumpliré mis promesas, terminaré con sensaciones, tendré la certeza de que he sido escuchada de que tengo una presencia sin carita, sin una caca con ojos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario