Teníamos la piel muy morena, el pelo larguísimo, las risas contagiosas y las miradas de supernenas. Era verano y estábamos en un cine de verano. Entonces los veranos eran como los bombones, los saboreas, los saboreas y los disfrutas hasta decir basta.
La película nos dejó nokeadas, sentadas en las sillas metálicas rodeadas de frikis de verano nos dimos cuenta que habíamos crecido. Y cruzamos al Delirio y nos pusimos a beber montones de cervezas. La cerveza de la madurez.
El Delirio era el bar del verano. Los que lo recuerden, porque ignoro si existe o no, tenía el ambiente perfecto, con el estilo de playa de chanclas sin polo Lacoste, estaba en el lugar adecuado, con la edad adecuada. Ya solo el hecho de que se llamase El Delirio, decía mucho. El Delirio.
La película era un estupendo repaso a la historia musical de los delirantes 70, donde se construyeron la mayoría de las tendencias que luego se han reversionado, repetido y mitificado. The Doors, con un fantástico Val Kilmer en el papel de Jim Morrison. Una más que digna interpretación del libro de John Densmore "Rides on The Storm" dirigida por Oliver Stone.
Si el brutal Jim Morrison era un psicópata para algunos críticos, nosotras en ese momento eramos el Delirio.
Desde entonces, cada mes, alguna noche, sueño con Jim Morrison.
Sentadas en El Delirio mirando nuestras cervezas nos dimos cuenta de la que los hombres en su sentido general de consistencia son igual que las fondues de queso. Normalmente se parte de un buen material y variado. Una selección de quesos interesante y diversa, cada uno en su estilo y en su textura, composición y naturaleza.
Hasta que los calientas.......,,, y si los calientas de más o no controlas la temperatura acaban todos en un empalagoso chicle de queso incomible. E irreversible. Conclusión on the records.
Y eso por una película, por un par de cervezas y con 18 años. Ni que decir tiene las extremadas conclusiones a las que hemos llegado 25 años después. O sea.
En El Delirio había gente de lo más interesante y sobre todo relajada. Ni discopub de verano, ni chiringuito escandaloso, ni bar de quinceañeros, ni tasca de fritanga. Un sitio con clase, con cierta madurez compositiva, es decir, con espacio-tiempo de sobra para desarrollar teorías de la naturaleza masculina antes de salir corriendo a Torrevieja a dejar por tierra la versión más fina de las chicas Morrison. Y con los únicos recursos de 200 pesetas y un Seat 127.
Porque Jim Morrison más borracho que sobrio, más loco que cuerdo, más etéreo que corpóreo nos dio la vida. Me consta lo muy infieles que le fuimos a Santiago Auserón, espero que nos haya perdonado. Ni juramos amor eterno, ni nos daba la gana de usar la fidelidad musical y menos nacidas en los 70. Solo en morbo, en cierta dimensión iconoclasta lo ha podido superar el gran Lenny Kravitz, pero el primero siempre es el que marca. Aunque en mi modesta opinión a este último no lo veo yo en modo chicle. No, no lo veo.
La cuestión es que muchos años después no solo hemos consolidado la teoría de la fondue de queso, si no que esta ha ido cogiendo fuerza con las nuevas generaciones.
No se si aquella noche estábamos colocadas y todavía no nos hemos descolocado, pero vamos no veo la necesidad de descolocarse. Quién no tenga una teoría que levante la mano. Pero esta la discuto con quién sea, en el momento que sea, con la cerveza que sea y la versión delirante que sea.
Es fascinante leer y sentirte leido por una mente que se cuela por tus espacios sin notarlo, ser atrapado por palabras que recogen tu vuelo y te envuelven en tu propia imaginacion, me gusta la aparente sencillez que desnuda el alma... tienes don para sentir y decir.
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