Mi mente es nómada. Es un hecho constatado. Solo ella. Una mente que necesita moverse, dar vueltas y giros, chocar y rebotar. Buscar espacios cálidos, inhóspitos, zonas de confort y tierras desconocidas. Una mente nómada alejada de lo real en muchas ocasiones, incapaz de centrarse, de echar el ancla.
Mi mente crece en forma de ciclón, se mueve constantemente. Si ella pudiera negociaría la venta de estrellas, la recolección de arena, la siembra de sonrisas, fomentaría la búsqueda del ónix, la mezcla de sangres, multiplicaría los colores.. en fin, me acosa y me destruye.
La he puesto en tratamiento. Le estoy aplicando un tratamiento semanal, combino silencio con realidad. Realidad de la buena, de la dolorosa. No se lo que espero. Tampoco quiero cambiarla.
No reacciona, cada vez es más nómada.
Hace muchos años mi mente y mi cuerpo tuvieron un encuentro especial. Viajaba por la India cuando visité un templo. Calor seco, abrasador, sonidos y olores complejos, gente extraña, sensaciones de descubrir y ganas de perderme. La luz insolente del desierto entraba por las celosías convirtiendo el templo en un lugar silencioso, tranquilo, muy mágico y sereno. Era más bien pequeño, al fondo un altar, sin nada, sin nadie. Columnas y arcos para un lugar de recogimiento. Se podía pensar, pensar hasta el dolor.
Creía que estaba sola. Pero no, de un rincón salió una anciana. Una anciana de la India. Como un símbolo, posiblemente era una piedra más y yo veía a una anciana.
Estaba sentada en el suelo, como es habitual en el país, en una esquina oscura, rodeada de pequeños rosarios. Se acercó a mí y me sonrió, su sari estaba muy sucio, su piel era tierra, sus ojos eran agua y era muda.
Nos quedamos un momento de pie, una frente a la otra. Yo sin poder dejar de mirarla, ella moviendo sus manos entorno a mí, hasta que me tocó. Me acariciaba los brazos y la cara y me bendijo colocándome un pequeño pegote de tierra en mi frente, color mostaza, como ella.
No quería dinero, solo quería mi compañía.
Me senté junto a ella. Cogió mi mano, puso la suya sobre mi palma y la acarició de arriba abajo, rítmicamente. Como un mantra eterno. Así estuvimos mucho rato.
El único momento de mi vida que mi mente dejó de ser nómada.
Tengo una foto saliendo de ese templo. Llevo una camiseta verde militar, una falda roja corta y voy descalza. No llevo nada, ni bolso, ni mochila, ni nada. Levanto los pies con ese gesto natural al quemártelos con el suelo. El pelo en un moño y sonrío. Siempre he pensado que es la sonrisa de la liberación.
Después de la foto, me echaron la bronca. Nadie de mi grupo me encontraba, se estaban preocupando, había que volver.
Y ahora muchas veces vuelvo a ese templo. Porque quiero necesitarlo, porque la añoro, porque ella no me conocía y me acarició. La sucia anciana de la India.
Ella nunca pudo saber lo mucho que me gustó estar junto a ella. El vértigo que he sentido después de tener que utilizar las palabras para todo.
Ella no tenía palabras y me alegro infinitamente que no las tuviera.
Si mi mente no fuese errante yo seguramente me parecería a la versión errónea de mi. La dejo vagar, total, eso me llevó al templo de la India. No mis pies sino mi mente. La necesidad de buscar constantemente.
Dedicado a todos los viajeros.
Has conseguido con tu descripción especial y detallada transportarme hasta aquel templo, como si realmente pudiera verte, pudiera veros, también a aquella anciana india...ver aquella estampa que tú viviste...un beso grande, post con mucha alma, me ha encantado...
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