En otras ocasiones me ha ocurrido lo mismo. Entrar a una exposición y sentir envidia. Y es algo fácil, sentir envidia por el talento, la capacidad creativa, la imaginación, la pasión, el control técnico etc.. E incluso por temas más mundanos como la envidia sana a todos los que han participado en la selección de las obras, su traslado, su montaje. Ese contacto privado que sólo tienen los que están detrás de las bambalinas y que dejan todo listo para la llegada del visitante, el cual en muchas ocasiones no valora las dificultades de muchos montajes expositivos.
En esta ocasión llego a Las Claras, sede de la Fundación Cajamurcia, a ver una exposición de fotografía de un personaje relevante, Juan Gyenes , retratando momentos y espacios de una leyenda, Pablo Picasso.
Y es al final del recorrido, marcado por un lógico discurso expositivo, donde me encuentro con mis enormes dosis de envidia. Esta me asalta frente a una serie de fotografías que retratan a una mujer y su soledad, envuelta en sus recuerdos. Lo que ella ha vivido, yo nunca lo viviré, lo hermosa que es su ausencia.
Jacqueline Picasso es la protagonista de estas últimas imágenes. Gyenes la fotografía en soledad cuando ya ha muerto su marido. Es la nota amarga dentro de una serie de imágenes todas vitales y optimistas. El resto irradian enorme energía, como era su protagonista. La energía de Picasso.
Pero más allá del artista, había un hombre completamente pasional, vital y demoledor. Que lo era todo: persona, personaje y actor.
La presencia de Jacqueline es lo que más atrae mi mirada, necesito buscarla en todas las fotos. Me parece bellísima, tiene una presencia hipnótica. Sonríe poco, siempre cercana a su amado, elegante, culta y discreta.
Imagino que se habrá escrito mucho sobre su vida, su influencia en el artista, su origen, su destino. A mi todo eso me da igual. Tengo mis propios sentimientos, sus cejas, sus caderas, sus manos, su inteligencia. Es como si el mediterráneo fuera mujer, y ella una continua ola de espuma rizada.
Me obsesiona el pensar en su voz. Mi imagino una voz grave, con un francés cerrado como susurrante.
Tiene miedo a perderse de Picasso, ellos no son como todos los imaginan, ellos comparten cosas pequeñas, y ahí radica todo. Compartir cosas pequeñas, las que fluyen en un día a día. ¿Eso alimentaría a Picasso?, ¿sería la discreción de Jacqueline su refugio?
Se unió a un hombre que le otorgó el apellido y la vida de una musa. Pero por su potente mirada, deduzco que ella estaba destinada a conquistar. Sin hacer ruido y sin vanidad. Su capacidad de enamorar, posiblemente seca y leal. Inolvidable.
Al salir de la exposición, no admiro tanto a Picasso, no me parece tan trascendente. Si que valoro su capacidad de elección. Encontrar a Jacqueline, en eso demostró mucho talento.
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