En el país de las probabilidades existe una mujer. Ella es la mujer indefinida.
Siempre supo definirse, tenía la misma mentalidad que un perro tirador de trineos. Le gustaban los espacios amplios y mirar constantemente hacia delante, correr y avanzar lo más rápido posible. No tener paredes cerca, ni lejos, no tener límites, ni fronteras. Y especialmente le gustaba, al igual que a esos increíbles animales, tirar. Tirar de todo, para seguro y contra todo pronóstico, llegar.
Pero ocurrió que una parte suya se convirtió en indefinida. De repente, bajo todo su cúmulo de energía, tensiones, distensiones, huesos, músculos, risas, hormonas y pestañas, entre otras cosas; surgió, un mundo indefinido.
Ella no conocía a nadie indefinido. Para ella, práctica y directa, todo debía tener un nombre. El chocolate, por ejemplo, ¿podía llamarse tristeza?, la risa ¿podía llamarse descalabro?, los alisios, ¿podían llamarse carbón?, las plumas ¿podían llamarse citoplastos?, el perfume ¿podía llamarse endometrio? ….. No, habían tantas cosas que sólo se podían llamar como se llamaban, con sus cadencias, sus ritmos, sus misterios y su letras.
Bueno, ¿y ahora que hago? Se preguntó, todo lo indefinido más tarde o más temprano acaba teniendo un nombre, se define de alguna forma. ¿Pero, y si yo, como esto es mío y solo mío, de mi cuerpo, de mi mente y de mis entrañas, le pongo yo misma un nombre nuevo?
La idea empezó a martirizarla, no la dejaba pensar, ni caminar, no se concentraba en nada, apenas comía. Escribía y escribía nombres y más nombres, en papeles, en las esquinitas de un libro, con las teclas de un ordenador. Nombres que le envolvieran el estómago por las noches, definiciones lógicas y coherentes a su yo indefinido. Necesitaba un envoltorio brillante.
!!Una mierda¡¡¡ !Iba a tener ella algo en su cuerpo con un nombre vulgar, catastrófico y sumamente indigerible¡
La gente a su alrededor no la comprendía, pasaron días y días, y se alejaron de su mundo, parecía obsesionada. ¿Por qué quieres poner un nombre nuevo, a algo que al final siempre tiene una definición?, le preguntaban.
Es mío y nada más que mío. Yo lo soñaré, lo odiaré, lo ironizaré, lo maldeciré, lo gritaré y seguro mucho, mucho lo reiré, puedo definirlo como yo quiera. Dijo tajantemente una tarde rodeada de interrogantes.
Y así lo hizo, tras mucho pensar y pensar encontró un nombre a su parte indefinida.
Lo llamaría “voluta”, vo-lu-ta.
Voluntad, nada se consigue sin la maldita voluntad.
Lucha, nada se supera sin luchar.
Tabú, no hay prohibiciones, no dejaré de decir lo que pienso, lo que opino, lo que quiero.
“Voluta” empezó a ser una buena compañía. "Voluta" era un desafío y tenía tendencia a empujar a la mujer asustada, a las ideas más estrambóticas.
Iniciaron una relación inseparable.
Ahora la parte indefinida no solo tenía nombre sino también forma. Adquirió una forma envolvente. Parecía una delicada superficie sobre un capitel corintio, sujetando un bellísimo frontón de un magnífico templo romano. Solemne y elevada junto al resto de columnas, sosteniendo un lugar de culto, de refugio. Como su propia “voluta”.
Otras veces, su forma recordaba a las lineas suaves y en espiral de sinuosas curvas e interminables de una caracola.
Aquella parte indefinida, se tornó bella, delicada y deliciosa. Tenía nombre, un nombre precioso, tenía forma, una forma de mujer.
Existía por fin de forma lógica y para aquella mujer, con tantas angustias y sus pequeños miedos, fue una inigualable compañera.
Fin
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