miércoles, 8 de agosto de 2012

DE LAS COSAS DEL ODIO

A veces me doy miedo. Me preocupo profundamente. En esas situaciones me miro al espejo, a los ojos, a la cuenca de los ojos. En ellas siempre hay como constelaciones, movimientos brillantes que disminuyen y aumentan de intensidad según mis días. Quién me conoce, aquellos pocos, saben los que quiero decir, lo fácil que es para mi, sentir odio. Sentirlo, luego pocas veces lo llevo a la práctica.
Como será el caso del común de los mortales, es un sentimiento (¿o una sensación?) innato e intrínseco en nosotros. Opino que es más cómodo odiar que querer. Y soy de querer a pocos, sufro mucho las decepciones y entonces padezco de blindaje de camara acoradaza en fase antibutrones. Prefiero querer aquello sólo sanguíneo, lo instintivo, lo natural de los vínculos carnales. Lo externo tiene que hacer muchos méritos. Soy una pedorra.
Pero es que al querer, siempre se espera un feedback, estamos cosentidos a que si queremos, hemos de ser correspondidos. Agotadora perspectiva. Y la palabra querer, es magnífica como para devaluarla constantemente, que noto yo que es la cuestión habitual. Se quiere con alma, corazón y cabeza, en trio perspectiva-total. Lo demás es aprecio y cordialidad.

Pero vuelvo al odio. Este es unidireccional, y mucho más divertido. Sus  variables; odio carnal, odio ancestral, odio a muerte, odio por que me odias, odio lo que me molesta, lo odio y punto...... Son características de la tradición, la vulnerabilidad y la consecuencia clara y deshonesta, de no confiar en uno mismo y poder estar por encima de lo dañino. Yo odio la gente tóxica, por ejemplo.
No comparto que este sentimiento sea lo contrario al amor y que no pueda tener un uso práctico y se enfrente constantemente al diálogo y a la comunicación. Opino que el odio, también es una gran fuente de creación y construcción. Quizá no la más aconsejable, pero no por ello a descartar.




Hace años formé parte de la junta directiva del comité regional de Unicef en Murcia, era la secretaria de dicho comité. Y pese a que pueda parecer una acciòn generosa, aquello lo hice por odio. Por odio a mí misma. No podía perdonarme mi egoísmo, mi falta de coraje, mi cobardía, mis miedos, mi indeterminación. Me odiaba enormemente por llevar años y años tragando sin pestañear, imágenes de niños muriendo de hambre, de hambre. Y después me odié mucho más, por frustrada.
No odio a nadie en concreto, de hecho es un gasto energético que no me puedo permitir. Prefiero admirar y sorprenderme de aquellos que saben entregarse en cuerpo y alma a la acción de querer y a la acción más alucinante todavía, la de amar. Admiro a aquellos que nunca jamás odiarán y en el fondo de mi hipotálamo, querría ser como ellos.

Si ahora estoy escribiendo esto, en una tarde tranquila de verano, del vulgar agosto, es porque estoy en mi portátil habitual en mi mesa habitual. He recorrido 140km y volveré a hacerlos de vuelta,  3h. de viaje, para ver a una amiga. Pasar un rato con ella y recibir su cálida mirada.



Y así lo tenía planeado, cuando esta mañana he visto (una vez más), esta noticia:

Y odio a estos engendros. Los odio salvajemente, como ellos son.

La perspectiva de acabar con la vida de otro ser humano es un hecho desmesurado, no tiene comparación y sucede de forma tan trágica y demoledora, que todos somos permanentementes culpables, por pasivos. Eso es otra cuestíon.

Me imagino la mentalidad de estos seres, la sensación de supremacía, de falta de valores, ética y sentimientos. La vida de un animal poco importa, la verdad. Yo misma, puestos a elegir lo veo algo secundario, no es imprescindible en mi vida.
Pero reconozco que en la mayoría de los casos, el sentimiento de odio, no existe en ellos, normalmente los perros, quieren de forma devocional, son sumisos y devotos. Y de algo estoy segura, de tener racionalidad al uso, no ahorcarían nunca a su amo.