domingo, 18 de septiembre de 2011

EL WhatsAppolvo

No es un sistema automático de limpieza avanzada que absorbe hasta la última mota de polvo del hogar.

No es un completo planchado de pelo que aparte te succiona el polvo subyacente y te da un brillo milagroso.

No es un enlace a las visitas turísticas que contienen las leyendas urbanas más directas, para conseguir un amante.

No es un coctél de polvos gelatinosos con virutas de champagne acompañadas al estragón.

No es el último modelo de la colección Dior de gabán guardapolvos, para salir las tardes de chirimiri.

No es un sistema radiocontrol para avisar a navegantes en las zonas costeras del polvo en suspensión africano.

No es una nueva versión de la expresión murciana de ¡¡que pasa viruta!!.

No es un protector laminar superadherente para la pantalla del Ipad o del Iphone.

No es un sombrerito diseño japonés para proteger del sol y de los pólenes ambientales de la primavera.

No es un sistema médico de diagnósis para cuantificar la cantidad de polvos que uno echa al año.

Ni tampoco es un sistema médico de diagnósis para los alérgicos.

No es un complejo laminado de metacrilato en las playas de Canarias, como freno a las dunas móviles.

No es un una sistema de protección de las llantas de los jeep Green Power, para recorrer con los turistas los desiertos saharianos.

Ya he explicado lo que no es.

De todo lo relacionado con el mundo 2.0 o comunicación vía móvil,  soy devota convencida y por mucho tiempo espero estar a la altura de mi dependencia online.
Pero por lo que si que no paso, me niego en rotundo y jamás cambiare de opinión, es al WhatsAppolvo. Término que no voy a explicar, ya que lleva intrínseco su propio significado.
Como que lo veo venir. No me interesa.

La carne es la carne, el rollete es el rollete.
Con las cosas del sexo jamás se juega.
Amen.    




Foto expuesta en ArtMadrid 2011

   

jueves, 1 de septiembre de 2011

LA DIVINA DESPROPORCIÓN

¿Que es exactamente la proporción de las cosas?
¿Es bueno que todo esté proporcionado, en su justa medida, en el tamaño ideal?
No. Ser desproporcionadamente rico, no debe estar nada mal.
En muchas cosas un equilibrio es bonito. Un cuerpo humano proporcionado, en armonía, dota al que lo posee de cierto estatus de cuerpo Danone, de bienestar mental, a la par del bienestar de encontrar tu talla a la primera.
De esto existe mucho escrito, teorías y justificaciones de todo tipo.
Retomar el mito de que los antiguos griegos estaban sujetos a una proporción numérica específica, esencial para sus ideales de belleza y geometría. Estos, aseguraban que la proporción conducía a la salud. Ser simétrico es más sano, en fin.
También conocida como la Divina Proporción, la Media Áurea o la Proporción Áurea, este ratio se encuentra con sorprendente frecuencia en las estructuras naturales así como en el arte y la arquitectura hechos por el hombre, en los que se considera agradable la proporción entre longitud y anchura. Agradable, estoy de acuerdo.

Pero vuelvo a la desproporción.
La desproporción del Surrealismo por ejemplo, planteó un nuevo orden en el arte, en el concepto de belleza. " Las Señoritas de Avignon" obra del genial Picasso,  son de evidente hermosura en su intencionado caos, en el supuesto desorden de su composición, en su anarquía.

Yo he descubierto el placer de la desproporción.
La desproporción de mi obsesión radica en el ansia. El ansia de metamorfosearme en asfalto.
Las ciudades gigantes producen en mi un placer infinito.
Enormes avenidas que no tiene fin, alturas imposibles desde donde intentar alcanzar el cielo. Barrios, más barrios, arquitectura corriente, edificaciones excepcionales, rincones acogedores, retros, espacios de luz, de vida, de soledad, incluso.

Las secuelas de un skyline son bastante poco digeribles, ya que las comparaciones son odiosas, muy odiosas. Las secuelas de un skyline son desastrosas, no puedes quitar de tu mente esas millones de luces  y la energía que irradian.
Me encuentro en el momento oportuno en lo más alto de la ciudad, desaparece el sol y comienzan a surgir millones de luces de todas las intensidades; no puedo hablar, me cuesta pensar, tengo unas ganas tremendas de llorar. Hay mucha gente, me empujan, se apretujan contra la barandilla, pero predomina el silencio. Yo estoy colgada, estoy tremendamente colgada y miro hacia todos lados, hay mucho espacio ante mi y me siento pesada, me encantaría volar.
Es lo que he deseado durante mucho tiempo, un skyline, y lo tengo delante, el de NYC.


NYC Agosto 2011,  foto de Hemult Elliott PP

Ahora que lo tengo tan lejos me encuentro con disfunciones varias, (bueno algunas nunca funcionaron bien), tristeza sintomática, estrecheces y mal humor general. Espero encontrar pronto una compensación eficaz, ante tanto mal rollo.
Al volver a la ciudad pequeña he perdido mi libertad, duró poco, pero fue fantástico.
Pederse es poco habitual en una ciudad de tamaño pequeño, es bastante complicado, es imposible.

Los extremadamente urbanitas como yo, deberíamos, perogrullada a parte, poder vivir en la ciudad que nos retroalimente, una "urbe creativa". Hace más de un lustro el escritor Richard Florida teorizó sobre este término, exponía que la clase "creativa" aceleró el crecimiento económico de algunas urbes en Occidente.
La capacidad de una ciudad de sostener un estilo, basado en la cultura colectiva y la convivencia. La ciudad  te retroalimenta y tu la alimentas a ella. Un medio fácil donde vivir y desarrollarse, un ámbito que pueda prolongar tu personalidad y enriquecerla. No bloquearla.
Es fascinante que eso ocurra.

Yo muero por encontrar, de una vez por todas, esa clase "creativa" en mi ciudad. La que innova, la que rompe esquemas, la que se arriesga, la que fluye entre tópicos y vanguardias, la que no tiene miedo, la que grita, la fuerte, la que tiene clase, grupos variados pero sólidos, sin las habituales envidias, dejando hacer, construyendo. A ver si eso me hace olvidarme de que no tengo ni una pizca de skyline.


¿Todos vivimos en la ciudad que hemos elegido?
Bastante imposible. Ninguna es perfecta.